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Cuando uno piensa en viajar se imagina descubriendo lugares nuevos, viviendo experiencias distintas, probando nuevas gastronomías. Pero a veces el viaje más importante no requiere desplazamientos ni novedades. A veces el viaje más importante solo requiere parar y disfrutar de lo que tenemos cerca.

Hace 17 años nosotros decidimos que queríamos formar una familia, nuestra familia de dos se hizo más familia con Lucía y llegó a ser perfecta con Daniel cinco años después. El círculo se cerraba, nuestro viaje todos juntos comenzaba.

Cuando uno piensa en tener familia, en tener hijos, piensa en enseñar, en aprender, en compartir. Desea poder estar cada momento con ellos, mostrándole todo lo que nos hace felices, cuidándoles de lo que les puede hacer daño, enseñándoles a valerse por sí mismos, viajando con ellos a los lugares que más te gustan.

Quieres no mirar el reloj y leer un cuento más, dejar que el instante de tener sus deditos entre los suyos se convierta en minutos, el momentos de complicidad y juegos puedan llegar a ser horas.

Pero las obligaciones, los trabajos, las aspiraciones, la vida misma; nos absorbe. Lo queremos todo y falta tiempo. Al menos esa es una de las sensaciones que más siento en mi vida. Me falta tiempo para ir al gimnasio, para leer ese libro que me han recomendado,  tiempo para terminar ese trabajo, tiempo para ver a esos a amigos, tiempo para compartir con mi familia.

Y llegan las vacaciones y las saboreas al máximo. Exprimes cada instante, saboreas cada momento y cada experiencia. El viaje es ese momento perfecto donde puedes hacerlo todo, donde compartes con ellos todo.

El viaje es ese momento perfecto donde tienes todo el tiempo para vosotros. Y se disfruta no solo por lo que se conoce, sino por el tiempo compartido

Cada vez que vuelvo de vacaciones tengo la misma sensación. Que maravillosa familia tengo.

Y de nuevo la vida y la rutina te absorbe.

Y de repente un día llega el Coronavirus. De la noche a la mañana todo se complica, la vida se nos pone patas arriba, la gente muere, estamos confinados. Todo es incomprensible y horrible fuera… Pero estamos juntos, asustados al principio por lo desconocido, con miedo a contagiarnos, a que los que queremos se pongan malos por una tos o un beso nuestro.

Y poco a poco el miedo se controla. Y tenemos todo el tiempo del mundo para estar juntos. Para escucharnos, para jugar a la play, para ver fotos de cuando éramos solo dos, y luego tres y luego cuatro, para cocinar juntos y leer los libros que teníamos atrasados, para bailar juntos en la habitación, para compatir un vino (y Fanta) en la terraza.

Y nos damos cuenta de que para hacer el viaje más bonito del mundo no necesitamos salir de casa, que para vivir nuevas experiencias no tenemos que conocer sitios lejanos, que para saborear el mejor bocado, sirve con mordisquear la pizza que se ha preparado entre los cuatro.

Y esta cuarentena pasará, ya casi estamos fuera.

Pero desde luego no olvidaremos nunca este viaje. El mejor y que más feliz me ha hecho sentir nunca.

El viaje a nosotros mismos.